Quizás un día mi vieja querida
dirija mis pasos hasta tu recinto,
con los brazos en alto y como alborozo,
colocar en tu tumba una gran corona de verdes laureles:
sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu pueblo, y la de tu historia;
y entonces,
por la madrevieja volverán las aguas del río Boconó,
como en otros tiempos tus campos regó;
y por sus riberas se oirá el canto alegre de tu cristofué
y el suave trinar de tus azulejos y la clara
risa de tu loro viejo;
y entonces en tu casa vieja tus blancas palomas el vuelo alzarán
y bajo el matapalo ladrará “Guardián”,
y crecerá el almendro junto al naranjal,
también el ciruelo junto al topochal,
y los mandarinos junto a tu piñal,
y enrojecerá el semeruco junto a tu rosal,
y crecerá la paja bajo tu maizal,
y entonces la sonrisa alegre de tu rostro ausente llenará de luces este llano caliente;
y un gran cabalgar saldrá de repente y vendrán los federales, con Zamora al frente,
y las guerrillas de Maisanta, con toda su gente,
y el catire Páez, con sus mil valientes;
o quizás nunca, mi vieja, llegue tanta dicha por este lugar,
y entonces, solamente entonces,
al fin de mi vida yo vendría a buscarte, mamá Rosa mía,
llegaría a tu tumba y la regaría con sudor y sangre,
y hallaría consuelo en tu amor de madre,
y te contaría de mi desengaño entre los mortales,
y entonces tú abrirías tus brazos y me abrazarías cual tiempos de infante,
y me arrullarías con tu tierno canto y me llevarías por otros lugares...
Hugo Chávez
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